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Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo, ve a por ello y punto.

domingo, 9 de octubre de 2011

No pido nada, sólo seguir...

Había pocas veces que la había visto tan triste. Su tristeza no era como las demás. Su tristeza era contagiosa, y muy dolorosa. Me sorprendía cómo una persona tan pequeña podía llegar a sentir tanto dolor dentro de sí misma y, aún así, querer levantarse todos los días con una sonrisa en la cara para contentar a toda la gente. Quizás fue éso lo que de verdad me enamoraba de ella... La fuerza con la que conseguía levantarse y levantarme. Porque aún sin pretenderlo ella me correspondía, ella se había entregado a mí... Y en más de una ocasión me lo había mencionado. "Tú quieres algo de mí. Yo soy la única capaz de dártelo. Y si no lo hago, estarás sufriendo. Yo no quiero que sufras." Y sus ojos de niña pequeña me miraban y me relampagueaban y después me besaban. Y aunque yo sabía que cuando sus labios se amoldaban a los míos se trataba de algo sincero, muy en el fondo yo lo sabía. En el fondo de ella se encontraba él. Siempre que ella me hablaba de él, una punzada de dolor se me quemaba en el pecho. Siempre que me contaba todas las cosas que él le hacía, todas las cosas que él decía... Era como si me estuvieran sucediendo a mí. Los psicólogos determinan éso como una relación empática. Quizás no pudiese expresarlo con muchas palabras, pero quisiera haberle dicho muchas cosas... Decirle que no sufriera por él, que yo estaba aquí para consolarla y que en mí siempre hallaría un hombro en el que apoyarse cuando lo necesitara. Pero nunca lograría quitárselo de la cabeza. Era como una insana obsesión. Y... había días en los que ella decía: "¡No pasa nada! ¡Ya no me duele!", pero yo sabía que en su interior los pinchazos no la dejaban respirar. Sabía que se pasaba días pegada al teléfono esperando su llamada, sin dormir, con los ojos doloridos de tanto llorar. Pensar que no podía curar a la persona que más amaba en éste mundo fue una de las peores experiencias que he pasado en mi vida. Yo quería darle las vueltas a sus días grises, quería que supiera que pasara lo que pasara, el mundo no cambiaría para nosotros. Que juntos podríamos llegar muy lejos. Pero no era así. A ella la seguían ilusionando y yo quería seguir a su lado para siempre. Pero no podía soportar verla así, era algo que acabaría volviéndome completamente loco. La veía allí sentada en el sitio donde siempre se veían. Siempre se vestía de negro, era como si estuviese guardando una especie de luto. Se sentaba, con las gafas de Sol oscuras que cubriesen los ojos que más tarde derramarían en cascadas gruesas gotas de agua salada, y se encogía mirando al horizonte, por donde salía el Sol. Quizás fuese éso lo que realmente estaba esperando: un Sol naciente que la salvara. En Invierno se llevaba una gruesa bufanda negra y se cubría los labios para que nadie se los mirara. No le gustaba que la gente la mirase cuando lloraba. Le temblaban los ojos y los labios, y su menudez hacía que pareciese que se fuese a romper. Y así, pasaba los días eternos, llamando en silencio, hasta que se quedó sin voz.

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