
Las mentiras son el idioma del mal. He estado tan rodeada de mentiras que creo que ya ni siquiera distingo la verdad entre las palabras que van y vienen. A lo mejor es éso lo que sucede: a lo mejor mi fobia a ser traicionada me está jugando una mala pasada y me está haciendo sufrir mucho en la vida. Éso no debería ser bueno para nadie. Es tanto el odio y asco que les tengo a las mentiras que automáticamente mi corazón las limpia para que mi cabeza pueda licuarlas y transformarlas en verdades a medias. Verdades a medias que me acabo creyendo y que al final acabo tragándome como una estúpida. Pero luego viene la peor parte, hay que vomitarlas. Cuando descubres que todas tus suposiciones son realidad; cuando descubres que todas las cosas malas que pensabas que nunca sucederían son ciertas; cuando todas tus visiones se vuelven carne hasta el punto de estar rozando tus mejillas... Ésas sensaciones no pueden describirse con palabras. Las he experimentado muchas veces, sé lo que significa el simple hecho de comerte tú misma la cabeza pensando algo que sabes perfectamente que no sucederá, pero es entonces cuando la alarma de: "¿Y por qué no?", se activa en tu cerebro y lo arrasa todo con su paso, como un volcán de lava incandescente. Una vez me dijeron que mi cerebro actuaba demasiado rápido como para adaptarse a los cambios bruscos. Que poseía demasiada inteligencia como para mantenerla quieta, y mis pensamientos circulaban tan rápido o más que los coches de las autopistas. Yo no paraba de imaginarme cosas. A cada palabra que me dan, suelo ponerle las pegas. Es como una especie de barrera protectora de desilusiones y falsas esperanzas, para que jamás vuelvan a dolerme. Empiezo a creer que es algo fisiológico que se ha adaptado en mí y es tan natural como respirar. Ahora cada halago es una mentira por cumplir, cada cosa que me dicen la niego, y es como si me hubiese creado una anodina burbuja de irrealidad. Puede que las cosas que imaginas no sean realidad, pero tú no puedes saberlo, porque tu cerebro está demasiado ocupado elucubrando falsos testimonios para que tú te tragues y puedas ser feliz. El efecto puede ser totalmente al contrario: algo que en realidad es cierto, puedes pasarte la tarde pensando que es mentira y destrozándote tú misma por dentro; como si lo aceptaras, como si ya supieras que es verdad y te hiciese ése mismo daño, pero mil veces más intenso. Cinco de cada cien de ésas burbujas de irrealidad estallan y se hacen realidad.
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Nubes de papel.