Escribo, escribo y escribo más. Tecleo miles y millones de palabras aquí sola sentada frente a mi pantalla y en realidad no estoy diciendo nada. Por muchas frases que encuentre y que combinen bien, jamás lograré sacar éso que hay dentro de mí y que me está matando alimentándose de mí como un parásito; que se instaló en mí y que no me deja vivir. Es como una angustia perenne, como una certeza de que las cosas no volverán a ser como han sido siempre. En realidad, tengo mucha fobia a los cambios. Me asustan porque en todo lo que llevo de vida jamás me han traído nada bueno. Siempre que algo ha cambiado ha sido desesperadamente: huí desesperadamente, dejé de comer desesperadamente, en un burdo intento por saciar mis irrealidades. No puedo siquiera pensar con claridad, se me nublan los ojos y el sabor de la decepción me ronda otra vez el paladar. Todo se me hace amargo y difícil de tragar, éste nudo en la garganta es mucho más difícil de llevar de lo que mucha gente pensaría. Sólo quiero dormir, cerrar los ojos y dejar que el mundo me arrastre, pero sin sentir nada. Quiero no tener que decepcionar a nadie más, no tener que dar más explicaciones de por qué estoy mal y por qué estoy bien, por qué como hoy y mañana no, y sobre todo, por qué hago las cosas que hago. Si confieso lo que realmente siento, quiero irme de aquí. Dejar de hacer daño a las personas que me rodean y que -aparentemente- se preocupan por mí. Vivir mi vida -si es que a ésto que hago se le puede llamar vivir-, aunque sea pudriéndome, pero lejos de todos ellos. Me gustaría desaparecer de sus vidas, dejar de dañarles, dejar de garantizarles ésta existencia triste y hueca, dejándose la salud en alguien que no merece la pena.
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Nubes de papel.