Me alejé de todo lo que me hacía daño. Dejé atrás todo el dolor, todos los malos ratos, todos los malos sentimientos, todos los malos pensamientos. Quise empezar de nuevo, quise ser una persona nueva. Un alma limpia, un alma sin rencores. Alguien normal, una persona incapaz de sufrir por las pequeñas cosas. Quise apartarlo todo, dejarlo todo atrás, olvidarme y empezar de cero. Ser una persona de corazón a estrenar. Aunque no tenía nada que ofrecer y nada me hacía más especial que a los demás, aunque en realidad a nadie le importase mi sufrimiento y mi dolor interior. Intenté, intenté por todos los medios ser una persona nueva, retirar de mi lado a todos aquellos que alguna vez me hicieron daño aunque fuesen imperceptibles. Y nadie puede imaginarse lo horriblemente difícil que resulta resurgir de tus propias cenizas sin nadie que te ayude, sin una mano amiga que te ayude a cambiar, sin una sonrisa de complicidad que te mire cuando estés cayéndote y te diga: "Adelante, sigue hacia arriba, yo sé que puedes". Verdaderamente, después de unas y otras experiencias, puedo asegurar que hoy no hay nadie bueno. No hay nadie que te vaya a ser cien por cien fiel, no hay amigos verdaderos; no hay familia verdadera, en ésta vida no hay nada verdadero, salvo que tú mismo te ayudes. Es un pensamiento bastante doloroso y difícil de aceptar, pero una vez que ya se te ha metido en la cabeza es difícil sacártelo. Como una costumbre. Como aquello que te inculcan de pequeño, ésas veces que te dicen que insultar está mal, o que no debes marginar a los otros niños por sus defectos físicos. Por éso cada vez que cuento mis pensamientos en voz alta, la gente se sorprende y acaba por tomarme por loca. Supongo que es a lo que nos tienen acostumbrados, ¿no? A lo de siempre, a lo que nos dicen que está bien o a lo que está mal.
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Nubes de papel.