Es uno de ésos días en los que me apetece desconectar de todo. Olvidarme de que tengo que arrastrar un torrente de problemas que abarcan desde los deberes de mañana, hasta la tristeza que irrumpe en mí todos los días de mi vida -aunque ahora sea incapaz de plasmarla aquí, porque su ausencia también se nota-. Lo único que necesito es un soplo de aire fresco que me recuerde que estoy viva, que yo también soy una persona, que, aunque me cueste, yo también soy única en el mundo y que estoy viva y mis pulmones bombean oxígeno constantemente. Siempre que me pongo nostálgica pienso en lo mismo: en un campo gigante, verde, con algunos árboles, con el Sol dándome en la cara, un poco de brisa natural para relajarme... y silencio, silencio absoluto y agradable que cubre hasta el último de los rincones. Ponerme las gafas de Sol, tumbarme en medio de la nada y cerrar los ojos dejando que la hierba me acaricie. Oler todos los tipos de aromas de flores que existan, escuchar algún que otro animalillo salvaje... Me encanta la naturaleza. Estar en contacto con ella es tan gratificante y abrumador... me hace sentirme tan pequeña frente al mundo que es inexplicable. Quiero salir de éstas cuatro paredes, quiero saber que hay vida más allá y que yo también soy una persona humana, a veces, algo ínfimo comparado con lo demás. Yo sé muy bien lo que quiero decir. Cómo me gustaría en éstos momentos estar allí, en ése paraíso con el que siempre he soñado, y no aquí, buscando desesperadamente en la calefacción un poco de calor para refugiarme del frío invernal que me acosa en los huesos...
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Nubes de papel.