¿Nunca habéis sentido ésa pertinente necesidad, ése acuciante sentimiento, de querer expresar lo que lleváis dentro? Y cogéis una hoja en blanco y un bolígrafo y queréis empezar a escribir todo lo que albergáis con la mayor celeridad posible. Pero cuando os paráis un instante a pensar cómo vais a comenzar vuestro pequeño relato, os dais cuenta de que, en realidad, estáis completamente vacíos, huecos... deshuesados. A mí me acaba de pasar éso ahora mismo. Me siento como si fuese un cúmulo de carnes y huesos mal formados, como si mis células fuesen incapaz de pensar por sí mismas y tuviesen que reaccionar con más lentitud, pararse a agilizar cada uno de los detalles que antes captaba al vuelo. Y el reproductor está en modo aleatorio pero no encuentro ni una sola canción que sea capaz de saciarme ahora. Las del piano no consiguen ponerme triste, pero las más movidas tampoco consiguen que en mi mente se dibuje una sonrisa. Entonces, ¿qué es lo que sucede? ¿Qué es éste permanente estado de espera en el que estoy sumida ahora? ¿Por qué ahora todo es más fácil que antes? En realidad, debería estar agradecida. Agradecida porque aquellas pequeñas cosas me hayan salvado la vida, agradecida por haber podido dejar de pensar en todas ésas cosas que estaban incrustadas en mi cabeza. Seguir hacia adelante jamás ha sido fácil, dejar atrás todas ésas cosas que dolían, a los que yo creía mis mejores amigos, a aquellas personas que me juraron que me querrían siempre... Descubrir que todas ésas cosas eran mentira siempre duele, ¿no?, y decepcionan... Y muchas veces la decepción acaba matándote. Matándote y carcomiéndote, hasta el punto de no querer pensar más. Ahora mismo me es fácil hacerlo.
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Nubes de papel.