Últimamente escribo mucho. Escribo mucho en proporción a lo que pienso. Suelo salir a unos cuarenta y tres escritos por día, sacando la media entre estos tres asquerosos días que llevo de bajón. Mi madre me ha dicho que pienso demasiado. Que me tomo las cosas demasiado a la ligera, que tengo que ser un poco más permisiva conmigo misma y que las cosas no deben ser tomadas tan a pecho, ni creerse literalmente el cien por cien de las palabras que nos ofrezcan los demás. Dadme dolor real a fin de que el dolor imaginario no me venza. Ardo sin ganas, me consumo en mí misma, tengo ganas de gritar, de desgarrarme, de terminar con todo. Saco otra vez ése papelito desdoblado miles de veces y vuelvo a releerlo, una y otra vez. ¿Será posible que la cura para todo esté dentro de ésas cápsulas diminutas con polvos mágicos? ¿Con ésos polvos mágicos de Campanilla voy a sanarme, de verdad? Es todo tan relativamente simple... Podría parecer incluso una droga, ¿no? Algo que bloquea tu cerebro y le impide pensar para que no esté tan receptivo, para que la vida sea más fácil, para que todo se suavice. La droga de la felicidad, como suelen llamarla algunos por ahí. Estoy deseando probarla.
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Nubes de papel.