Dolor. Dolor ciego que sacude mis entrañas y me golpea los pies como si pretendiese tirarme hacia abajo. Dolor mudo, imposible de explicar, dolor instalado en mi pecho tirando de él hacia abajo, queriendo arrastrarme al mundo de sobras. El dolor de la decepción, el dolor de haber depositado todas tus esperanzas y todas tus fuerzas en algo en lo que quizás te ilusionaste demasiado y, aún así, fracasar estrepitosamente. Y sentirte la persona más despreciada e inútil de éste mundo, aunque no sea así, aunque en realidad quizás lo estés exagerando todo, qué más da. Lo que hay ahora por dentro de mí no se puede cambiar ni sustituir porque es algo que he tratado de ocultar durante mucho tiempo, pero era más fácil callarlo y fingir que todo estaría bien, que soy una niña normal, corriente, y moliente, feliz como las demás, que disfruta de la vida, que no tiene nada de lo que preocuparse... Ésa máscara de felicidad detrás de la que me escondo todos los días para poder no sentirme tan sola, para que a la gente no le dé miedo acercarse a éste horrible monstruo que hay debajo. Un monstruo incapaz de adaptarse a las condiciones del medio, un monstruo horrible con el corazón podrido que no contiene belleza alguna, ni por dentro, ni por fuera. Un monstruo del que todos huirían si advertieran su verdadera faceta. Pero yo me encargaré, como siempre, de que nadie se dé cuenta, de que todo el mundo siga pensando que soy ésa niña feliz que carece de problemas y cuya máxima preocupación en la vida es el "qué me voy a poner mañana". Porque todas ésas cosas que dicen o hacen y parece que no duelen ni deberían afectarme, duelen muchísimo.
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Nubes de papel.