Me dejasteis sola en el mismo lugar donde nunca debería haber estado. De nada sirvieron las súplicas, los llantos, las miles de veces que me intenté vender a cambio de un poco de vuestra maldita compasión. Sin más, me encerrasteis en ésta cárcel y tirasteis la llave al mar. Sí, de vez en cuando os pasáis para ver cómo va mi tortura, pero lo único que os dignáis es a decirme que voy a volverme loca aquí metida, en mi habitación, sin salir sólo para beber agua. Y puede ser que sí, que cada vez me esté volviendo más loca, que sea la soledad la que me está machacando por dentro, pero es que nadie hace nada por remediarlo; al revés, aquellas personas que perjuraron estar conmigo para siempre, aquellas personas que dijeron: "Si el camino se hace duro, ¡yo te levantaré!", ya no están. Se esfumaron como nubes de ceniza en el viento y jamás volvieron. Si lo hicieron, fue durante unos segundos para demostrarme que yo ya no importaba en sus vidas, llenas de satisfacciones, de deseos, de incertidumbres y de preguntas dispuestas a ser contestadas. Si veo dentro de mí, ¿qué hay? Vacío, hueco. Hace mucho tiempo que me vaciaron con una cuchara y todavía no sé dónde han dejado mi contenido, ni quién lo ha hecho. "Todo es cuestión de acostumbrarse, y cuanto antes lo hagas, mejor será para ti", me han repetido tantas veces. Creo que hay personas que jamás conocerán las dificultades de olvidar a una persona, o de apartar a un lado tus sentimientos durante unos minutos. Sí, y ahora que lo pienso, tienen más suerte de la que se imaginan. De ser personas normales.
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Nubes de papel.