
La certeza provocaba dolor. Rechazaba el dolor, no quería inyectarme más. Y el dolor llevaba a los gritos, a perder la paciencia, a los golpes, al llanto quebrado por lo que podía ser y no era. Como estar en una cárcel con los barrotes electrificados y dos carceleros custodiando mi salida. A veces era soportable. Era soportable distrayendo tu mente en otros asuntos, era soportable tecleando y tecleando sin parar todo lo que pasaba por la mente en ésos instantes. Pero llega un punto en el que las palabras "no puedo más", no significaban nada realmente. Sabía que el pronunciarlas sólo equivaldría a tener que seguir hacia adelante, no un punto y aparte en toda la historia. Pero era inevitable tener que pronunciarlas una vez más. Dicen que, a la hora de la verdad, al filo de la muerte, cuando están completamente llenas de miedo, es cuando realmente se vuelven transparentes y confiesan todo lo que hay dentro de ellas. Abren su corazón y dejan que transcurran las palabras como un manantial irrefrenable de agua dulce que abruma a todo aquel que las escucha. Dicen que, a través de las palabras, el dolor se vuelve más tangible. Pero cuando has gastado todas las palabras que se te ocurren, cuando las has invertido todas en describir cada uno de los momentos de tu patética e inexistente vida, es cuando ya no importan. Describir un sentimiento más, y ya está. Sí, vuelves a expresar lo mal que lo estás pasando, lo muchísimo que necesitas la compañía de alguien y enumeras las veces que has estado a punto de morirte de pena, pero ya no es lo mismo. Creí que una persona no podría acostumbrarse nunca a pasarlo mal, a estar todos los días triste, a estar completamente vacía e incompleta. Como cuando te encuentras mal a las tres de la mañana porque la tristeza que aflora en ti es tan profunda y punzante que no te deja dormir, y entonces rompes a llorar en silencio y te llevas las manos a la cabeza y en silencio gritas. Ya ni te molestas en rezar para que todo mejore o para que se termine, Dios se ha cansado de escuchar siempre las mismas plegarias imposibles y ha acabado dándote la espalda. Quizás es que no supiera con certeza lo que le estaba pidiendo: si un cambio radical o una muerte rápida e indolora. Cuando la esperanza se pierde, cuando realmente ya no queda un sólo atisbo de deseo en ti, es cuando ya te das cuenta de que todo ha terminado. Quizás no estés materialmente muerta, pero tu alma sí que ha muerto ya para siempre.
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Nubes de papel.