A la niña le arrancaron el corazón de cuajo, lo guardaron en una caja de cristal y lo tiraron al mar. La niña llamaba a gritos silenciosos por las noches a su corazón, y cada vez que lo hacía, le clavaban una espinita de marfil en el cuello. La niña ya no podía llorar porque no la dejaban, había gastado su número limitado de lágrimas. La niña sentía su sangre seca burbujear por sus venas muertas, pidiendo paz. La niña se sumergía en el agua y cerraba los ojos esperando el frío y duro beso de la muerte. A la niña la colocaban frente a su corazón y le exigían que sintiera, le decían que debía sentir, pero la niña tocaba el corazón y no sucedía nada. La niña lloraba porque necesitaba volver a sentir, otra vez. La niña mataba sonrisas en su rostro triste, esperando una indicación del alma para flotar. La niña miraba noches enteras a la Luna, le contaba sus penas y le pedía la fuerza que le faltaba y necesitaba, pero la Luna seguía con su semblante frío y distante. La niña suplicaba, cortaba trocitos de sentimientos y los guardaba en sobres. La niña necesitaba volver a sentir.
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Nubes de papel.