Fingir. Fingir que nada importa, que nada duele, que eres una pared infranqueable y que todo es producto de una imaginación puramente dotada. Actuar como si te trataras de una actriz en una película interpretando un papel día tras día, cansada de tantas decepciones, de tanto dolor, de tantas lágrimas, de tanta vida vacía sin nada con lo que llenarla. A primera vista todo es fácil, resulta fácil cuando sólo se trata de fingir cuando tienes que teclear unas simples palabras llenas de crudeza, siendo camufladas como si se trataran de unos soldados en una trinchera. Pero luego llegarán los peores pasos, luego llegará el momento de actuar en persona, de fingir ésa sonrisa que se clava en el corazón y mata poco a poco como si fuese un veneno. Luego estarán todas aquellas veces en las que me meta debajo del edredón a llorar y preguntarme por qué sigo hacia adelante si ya no tengo ningún motivo, si me encuentro más sola y desesperada que nunca y me hallo sin ganas de continuar actuando como la persona que no soy. Me pregunto si llegará el día en el que esté sola de verdad y no tenga que fingir, el día en que pueda encerrarme en mi casa tranquilamente y llorar hasta que me duelan los ojos y matarme de hambre y de sueño, no tener que hacer nada, no tener que decir nada. Encerrarme en mi propia jaula para ser libre como un pájaro, libre de poder llorar todo cuanto quiera y como quiera, sin tener que ocultarle mi cara a nadie.
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Nubes de papel.